Grand Cañón o el Canyon del Colorado
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Antes de nada, perdonen las disculpas. Me he tomado un par de semanas de descanso del blog y ya de paso, os he dejado descansar a vosotros también.
Ha sido una semanita de viaje de Zúrich a Castellón, de ahí a Madrid,
vuelta a Castellón y regreso a Zúrich. Unos 3000 kilómetros de coche. 1864
millas. Ríete tú de Indianápolis (si no habéis estado allí, hay pocas cosas
para reírte en Indianápolis… lo más divertido es dar 500 mil millones de
vueltas a un circuito de coches).
Y hablando de coches, viajes y de Estados Unidos… Notaréis que últimamente casi nadie habla de los United (o no tan United) States of America. Como diría un actor porno, “este hueco hay que cubrirlo”. Y aquí me tenéis, hablando de un viaje en coche por Estados Unidos. No por todos los Estados. Sólo por uno.
Como habréis podido deducir por el título, os voy a contar mi viaje al Gran Cañón del Colorado. Que ni es un cañón de los de las balas, ni está en Colorado. Al menos, el Parque Natural no está allí, sino en Arizona. ¿Soy el único que en cuanto escucha Arizona le sale seguido Phoenix? Igual que Boston, Massachusetts (es probable que me falten o sobren letras en el nombre… ¡Yo que sé! o “Jiuston”, tenemos un problema.
A lo que iba. Que os voy a contar mi primer viaje al Gran Cañón (ya está
aquí el gilipollas a vacilar de que ha ido más de una vez).
Corría el año 2000. Sí amigos, por aquella época ya estaba allí. Me refiero al cañón. Y seguía siendo colorado. Yo también estaba allí, pero llevaba menos tiempo que el cañón. Consejo si vas a viajar a Arizona, (te pilla más cerca si viajas desde América. Puedes ir desde otros sitios, pero te queda mucho más retirao”). El caso es que yo estaba estudiando en Los Ángeles y fui para allá con un par de amigos, una coreana y un francés (esta es la parte más difícil de creer. Tener un amigo francés). Éramos la versión sin presupuesto de los Power Rangers.
Ya, ya sé que hay más Power Rangers, pero no había dinero para alquilar a
otras dos personas de otros colores. Sólo 3 y para un viaje no muy largo. Unos
días para ir a Las Vegas, jugarnos un par de dólares (palabrita del niño Jesús,
ya os dije que no había mucho presupuesto) y visitar el Parque Zion y el Gran
Cañón. De las Vegas no os cuento mucho por que ya sabéis. Lo que pasa en las
Vegas, se queda en las Vegas.
Del Parque Nacional Zion, o como dicen los americanos Zion National Park (que les gusta cambiar las cosas de sitio a los americanos, palabras, gobiernos...), os diré que está en Utah… Pero ya os dije que sólo os iba a hablar de un estado. Os dejo una foto del Parque.
La foto no es mía. Todas las fotos que hice del viaje están en casa de mis padres… Ahora es cuando decís, que se lo está inventando todo… Que vaya excusa de mierda. Se las ha comido el perro, están en mi otra cas, no eres tú, soy yo…
Y después del chiste racista, vamos con el viaje al Cañón y lo que allí aconteció. Como os iba diciendo estamos en el año de nuestro señor de 2000. Semana Santa. Un par de días en Las Vegas, un paseíto por el parque Zion y camino al Gran Cañón.
De Zion a la parte norte del Cañón hay unas dos horas en coche. Otro consejo importante. No vayáis andando a casi ningún sitio en Estados Unidos. Hay gente que va en coche hasta por dentro de su casa. Pero si queréis hacer ejercicio, a tope con ello.
Nos habían recomendado ir primero a la parte Norte porque había mucha menos gente y nosotros que somos muy obedientes, así lo hicimos. Y allí nos presentamos. Muy bien, ya estamos en el norte, ahora hay que ir al sur que es donde están los hoteles. Que vosotros diréis. Se llega en un periquete… Un paseíto.
10 horas andando es un buen ejercicio. Si andas muy rápido, igual tardas menos.
Y corriendo, ni te digo. Total, no es más de 40 kilómetros. Menos que una maratón.
Eso sí, tienes que bajar, cruzar un río, además Colorado, subir el cañón… Y nos
pareció mucho mejor hacerlo en coche. Que “sólo” eran casi 4 horas… Esto es
como ir a la Luna… la ves ahí al lado y luego te dicen que está a tomar por
saco. Es posible que ira a la luna sean más de cuatro horas… Por lo menos el
cañón se queda ahí parao, no como la luna que no deja de moverse.
Pues entre unas cosas y otras. Llegamos al otro lado del cañón casi a las 2 de la madrugada. Nos cruzamos con toda clase de animales. Con todo el respeto a los americanos. Me refiero a que vimos ciervos, algún jabalí, ardillas, tejones, todo tipo de aves, rapaces, y sin rapacear… Osos polares no había. O yo no vi ninguno. Pero creo que es cosa del cambio climático.
Hasta aquí todo bien. Una road movie, tres amigos, cantando lo de para ser conductor de primera, acelera, acelera. En inglés, coreano del sur (que es como el coreano del norte pero con acento de Cádiz), francés y español. Pero en algún sitio había que dormir. El coche no está mal, pero es mucho mejor una cama. ¡Dónde va a parar!
¿Tienen ustedes reserva? Nos preguntó muy amablemente el señor del hotel. Podría haber empezado como en los chistes. Va un francés, una coreana y un español y preguntan si hay habitaciones disponibles… En los chistes al menos tienen una habitación para compartir. Aunque sea con un fantasma o algo. Pero aquí no teníamos reserva, ni habitación, ni fantasma. Y dormir en el coche, aunque fuera dar una cabezada no estaba permitido en el parking… Llevar tres metralletas sí, pero dormir en tu coche no les parece bien.
En ese momento nos sentimos tristes, compungidos, afligidos, y por qué no decirlo, también cariacontecidos… El recepcionista del hotel, al vernos tristes, compungidos, afligidos y también cariacontecidos, nos propuso lo siguiente: “Si queréis, podéis ir a mi casa. Tengo tres camas y yo no voy a volver hasta las 6 de la mañana que termino el turno. ¿Qué os parece? Por 50 dólares podéis dormir los tres…”
¿Estábamos ante un asesino en serie? ¿Se repetiría una típica escena de
película de terror en la que los adolescentes iban cayendo uno a uno? ¿Se presentaría
en mitad de la noche con una sierra eléctrica? ¿O esperaría a matarnos a las 6
cuando terminara su turno? ¡Qué cojones! Hemos venido a jugar (eso pensé yo, que
los franceses y coreanos no han visto el Un, dos, Tres y seguro que no pensaron
lo mismo. El caso es que aceptamos la oferta.
Le dimos los 50 dólares, y nos dio las llaves de su cabaña (la típica cabaña
en la que se cargan a los adolescentes en las pelis de terror). No había lago, y
eso nos tranquilizo un poco. También nos quedamos más tranquilos al ver que
tenía fotos de sus hijos (o al menos estaban en actitud cariñosa con el recepcionista
del hotel). Y había tres camas. Aquello se estaba convirtiendo más en el cuento
de los tres ositos.
Caímos como troncos en la cama y a las 6 de la mañana nos despertó el amable recepcionista con un café para cada uno. Ahí vimos que la opción del asesinato se iba diluyendo. No preparas café para alguien al que te vas a cargar… Ni le deseas buenos días y te da consejos para ir a ver la salida de sol… Eso, o es un asesino muy educado y romántico.
Como podréis imaginar, sin spoiler ni nada, no me asesinó. Ni a mis amigos tampoco. Y eso que viajar con un francés, de París, para más señas, es siempre una situación de riesgo. El caso es que vimos salir el sol, el cañón (salir no, que ya estaba puesto desde antes), al Colorado… Y de vuelta a nuestra Universidad… Otras 500 millas… Bastante menos aburridas que las de Indianápolis
Bueno, pues ya estaría, que menudo palizón de coche nos hemos dado. Ahora a
quedarnos en casita por un tiempo, que ya está bien de tanto viaje. Y cuidaros
mucho, que la cosa está jodida ahí afuera.
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