Blog de Javier Merchán. Ríete tú de las fake news de Donald Trump. Me invento todos los contenidos, pero no espero que nadie se los crea.
Escribo sobre cosas importantes sin tomármelas en serio.
¿Habéis recibido alguna vez un mensaje de WhatsApp de alguien que no conocéis? ¿Nunca? Un chico me había conocido en una discoteca y quería volver a verme. Le había dicho que me llamaba Susan. Y ahí le tenías, buscando a Susan desesperadamente. Estuve a punto de llamarle y quedar. Pero resulta que nos habíamos visto en un garito de Houston. Claro, ahí teníamos un problema. Típico de Houston. El caso es que, como ya sabéis, yo no me llamo Susan y nunca he estado allí (eso no lo sabíais). Así que tuve que declinar la oferta. En otra ocasión me escribieron para comprarme un reloj. Que yo al mío le tengo mucho cariño, pero es que me ofrecían 10.000 francos suizos. Lástima que no tengo ningún Rolex a la venta. Otros me escriben para cambiarme de compañía. Con lo que me gusta a mí la compañía que tengo. Que no les cambio por nada del mundo. Buena gente, amigos de sus amigos y siempre están ahí. O aquí. Según el momento. Ya me entendéis. Pero esta semana, me pasó una cosa notable. He
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Cantimploras, riñoneras, fósforos y otras cosas del salón en el ángulo oscuro, de sus dueños tal vez olvidadas
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Un poema de Bécquer, el del tenis no, el otro, el de los billetes de 100
pesetas, comenzaba tal que así: “Del salón en el ángulo oscuro, de su dueño tal
vez olvidada, silenciosa y cubierta de polvo, veíase el arpa”. Básicamente
venía a decir, de forma muy poética (es lo que tienen los poemas) que el dueño del
arpa pasaba de tocarla. Y es que si fuera una guitara, todavía, que tiene 6
cuerdas y no pesa demasiado. ¿Pero el arpa? Que tiene 4000 cuerdas (tirando por
lo bajo) y es más pesada que un cuñado borracho. Pues se te quitan las ganas.
Y es que hay cosas que las coges
con mucha ilusión (a lo mejor lo del arpa no es un buen ejemplo), pero luego ya
te vas olvidando de ellas y no las vuelves a usar.
Quieres ejemplos? Pues vamos allá:
Los sobres de avión.
¿Te acuerdas de esos sobres que tenían en el borde los colores de las
peluquerías antiguas? Azules, rojos y blancos, y azules otra vez, y rojos y
blancos (y así hasta que se acababa el sobre). Pues ya no hay, o yo no los veo.
¿Y cómo saben los carteros que una carta a Bostonmasachuses (siempre va todo
junto, Boston y Masachuses o como se escriba) tiene que ir por avión o en taxi?
Por eso tardan tanto en llegar las cartas y la gente escribe correos
electrónicos que son más rápidos.
Las cantimploras verdes
Esas cantimploras que igual servían para luchar en la selva de Birmania o
para ir de excursión al zoo, al Museo del Prado o a Toledo. Fueras, donde
fueras, de excursión, no podía faltar. Y no se acababa nunca el agua. Te comías
tu tigretón, el filete empanao en bocadillo o la tortilla y seguía habiendo
agua. 30 o 40 litros cabía en la mía (por lo menos). Y además con su fieltro
verde recubriendo el aluminio que mantenía el agua fresquita. Ahora todos con
la botellita de agua mineralizada, caramelizada y supervitaminada. Con lo rica
que estaba el agua del grifo en la cantimplora verde (creo que estoy
idealizando el sabor del agua…).
Las riñoneras
¡Ojo! Estamos hablando de cosas que van desapareciendo. No es que las eche
de menos. Nunca me gustaron, aunque reconozco que siempre le pedía a un amigo
que me guardara el tabaco… Al amigo que sabía que no fumaba. Y ahí podías
meter, las llaves, la cartera, el paquete de Ducados, el mechero, el teléfono
móvil (de los de antes), a tu hermana pequeña, un par de guías de teléfono…
Tengo cierta tendencia a la exageración… El mechero lo llevábamos en el
bolsillo.
Cerillas
Hablando de mecheros… Hubo un tiempo en el que se utilizaban unos palos
pequeñitos con fosforo en la punta para encender cosas. Quizá hay que acotar
algo más. Para encender una casa o un coche, servir, sirve, pero no es el mejor
método. Era más bien para encender el gas de la cocina y los cigarrillos. Hay
gente (señores mayores) que les llaman fósforos, que es una palabra muy bonita.
Si será bonita que incluso ha dado nombre a un estrecho (no es un señor
delgadito o alguien que se muestra reacio a mantener relaciones sexuales) que
está por Turquía. Pero eso ya lo miráis vosotros en Google. Buscad por Estrecho
del Fósforo… aunque es muy posible que los señores de Google os digan “Quizá
quiso decir” (son educados por lo menos. Podrían decir, anda chaval, búscalo
bien y ponlo como dios manda) Estrecho del Bósforo. Hacedme caso a mí, que
Google a veces se equivoca J. Y las
cerillas venían en cajas con fotos de ciclistas o sin ciclistas, y a veces sin
fotos.
Papel pintado
¿Os acordáis cuando se forraban las paredes? Como los libros pero a lo
bestia. Toda la pared, cuando las paredes no tenían gotelé y no parecía que
estabas envolviendo un Ferrero Rocher. Y todos moviendo la cola y pegándola en
la pared (cada uno que se haga su propia imagen). Como en época electoral pero
sin fotos de señores y señoras “fotoshopeados” sonriendo.
Las sevillanas, el toro y la
tele
La televisión plana mató a la sevillana. Que no es plan de poner a la chica
haciendo equilibrios con el traje de faralaes y el abanico, o al toro, que ya está bastante
jodido con sus dos banderillas, subido encima de la tele intentando no caerse.
Tampoco hay sitio para los pañitos de ganchillo que te hacía tu abuela con todo
su cariño para que no se constiparan los presentadores del telediario.
Las muñecas chochonas y los
perritos pilotos
“¡Secretario! ¡Qué alegría, que alboroto! ¡Otra muñeca chochona!” Tengo que
revisar el guion de los señores cansinos que se tiraban gritando todo el día en
las ferias con un micrófono lo de los perritos pilotos, la cubertería y de
fondo los coches de choque con música de Camela (la alcaldesa de Madrid, no, los que gritan que sueño contigo) a todo trapo.
Las bolsas de agua
Bonitas, lo que se dice bonitas, no eran. Aunque las forraran de tela de
falda escocesa o tuvieran forma de muñeco, seguían siendo bolsas de agua.
Alguno diréis que debería llamarlas bolsas de agua caliente. Y puede que
tengáis razón, pero eso dependía de la temperatura del agua de la que
rellenaras la bolsa en cuestión. Si le echabas agua fría, se jodió el nombre.
Por eso, yo las llamo bolsas de agua. Que otros podréis decir que no tiene
porqué ser de agua, que puedes llenarlas de cualquier otro líquido. Pues
también. O de aire, o de gases gaseosos, pero tampoco es plan de ponerse tan
creativo. Si total, ya nadie las usa… ¿no?
Los rulos
Esas cosas que se ponían las señoras, y algunos señores seguro que también,
en la cabeza para tener el pelo ondulado. Como las patatas ruffles. Y los había
con agua dentro o sin agua (no vamos a empezar el debate de nuevo) y de
diferentes tamaños y colores. Toda un mundo de posibilidades para que el que
los llevara puestos, quedara muy malamente.
Los teléfonos de rosca
No han desaparecido del todo, pero están en peligro de extinción. Se siguen
vendiendo. De hecho tengo uno en casa. Pero es más un elemento decorativo que
práctico. Como para unas prisas. Marcar un número completo de teléfono te puede
llevar 10 minutos. Que si mete el dedo, lleva la rosca hasta el final, suelta
la rosca, marca otro número, volver a proceder, empezar de nuevo porque se ha
encasquillado el número 2, te equivocas de número, todavía no había señal, que
se te caiga el auricular y provocar un socavón en el parqué… Un lío. Mejor
llamamos con el móvil.
Los relojes calculadora
Ahora tenemos todo en el móvil. El reloj, la calculadora, el calendario,
alarma, radio, las fotos de tu prima y un señor de Murcia (las fotos del señor
de Murcia, no al señor propiamente dicho). ¿Pero quién no ha tenido o soñado
tener un reloj de éstos cuando era un jovenzuelo? Y ahí estabas tú haciendo
operaciones matemáticas como un loco, cualquier excusa era buena para hacer una
multiplicación. Lo más complicado era dar a un solo botón. Los mayores no
podían usarlo porque tenían los dedos muy gordos.
Reloj de cuco
Como los odiaba de pequeño. Hubiera matado al pajarito cada vez que salía
de fiesta a las 3 de la mañana (el pajarito. A mí no me dejaban salir a esas
horas). Que sí, que era muy tierno verle salir, si hubiera estado callado, pero
es que el mamón no paraba de piar a todas horas (literalmente).
La Mirinda
No había cumpleaños sin gusanitos y Mirinda. Y los dos tenían el mismo
color. ¿Qué naranjas utilizaban para hacer esa bebida? Había otra cosa peor,
que era el tang (el color era algo menos cantoso, pero el sabor era como el del
último trago del Frenadol. Cuando haces arrgh! Pues así, desde el principio. El
sabor de la Mirinda era otra cosa… Realmente no me acuerdo de su sabor, pero
seguro que era mejor que el Tang.
Las hombreras
Si no eres jugador de fútbol americano, ya no se ven hombreras. Bueno, o si
ves películas o vídeos de los 80 o a los mozalbetes de Locomía que acabaron con
toda la producción de hombreras de España. Luego ya la gente se apuntó a los
gimnasios y ya no hicieron falta nunca más. Sigo hablando de las hombreras,
bueno, y también de Locomía.
Los pañuelos del moco.
La gente de bien llevaba siempre su pañuelo de tela. No confundir con los
pañuelos para hacer juego con la corbata (que sólo se los ponen señores como
Arturo Fernández, alias chatín). Y si ya eras gente de muy bien, los pañuelos
tenían tus iniciales bordadas.
Vicks vaporub (viva)
Que vosotros diréis que se sigue vendiendo. Vale, puede ser. Pero que la
gente se lo unte en el pecho? Amos no me jodas. Ir por ahí oliendo a chicle de
clorofila todo el día por el jodío ungüento (me encanta la palabra ungüento.
¿Quieres que te cuente ungüento? ¡Perdón!). Ya tienes que estar muy enfermo
para ponerte la cremita. ¡Calla, que igual es para eso!
El perro con la cabeza móvil
Voy a tener que explicar mejor el enunciado. Todos, o casi todos los perros
(vivos) tienen la cabeza móvil. Me refiero a esos muñecos con forma de perro y
con un muelle o cualquier otro artilugio para tener la cabeza móvil que se
ponían en los coches para que con el movimiento propio que tienen los coches
que se mueven, el perro también moviera la cabeza móvil. (No os quejaréis de lo
bien que lo he explicado. Probablemente no sea mi mejor párrafo, pero lo
importante es que haya quedado claro a qué me refería).
¿Os parecen pocos ejemplos? Pues tenía muchos más, como los cofres con
mapas del tesoro (ya no quedan tesoros por robar), las máquinas de escribir (al
final no escribían solas ni nada, tenías que darle a las teclas), los disquetes
(que es como el símbolo de guardar de Microsoft pero más grande y en 3D), los
afiladores (no confundir con afiliadores, que de esos sí que hay. Son los que
apuntan a otro a un partido político), los carretes de fotografía (la gente no
se hacía tantos selfies cuando sólo tenían 36 fotografías por carrete), pero
mejor acabar aquí si no quiero que dejéis el blog olvidado en el ángulo oscuro,
junto al arpa, la cantimplora, las riñoneras y los fósforos.
La mirinda es como las películas de Martes y 13. Mejor dejarlas en la memoria... Cuando llegue a Canarias encontré que vendían mirinda y me compre una (de 2 litros encima)... Craso error.
A veces, cuando me pongo a pensar sobre qué escribir en el blog, se me ocurren muchas cosas. Luego me doy cuenta de que alguien ya ha escrito sobre ello, y el cabrón o cabrona lo ha hecho mejor. Otras veces tengo una idea y cuando llevo un buen rato escribiendo, me digo “pero si de esto ya he hecho un post”. Y otras veces, directamente no pienso. Esta vez voy a escribir sobre cosas que ya se han escrito. Pero vamos a hacerlo de otra manera. Y os explico por qué. Pues “resultadeque” estaba leyendo una crítica de una película y no terminé de entender si me estaban recomendando verla, si era muy mala, o me comprara un Opel Corsa. No comprendí nada. Yo creo que los críticos de cine, como escriben a oscuras en la sala de cine, pues luego no entienden lo que han puesto y tienen que inventar, y de ahí lo de “la levedad inescrutable del personaje tiene connotaciones que nos recuerdan el sufrimiento crónico de la sociedad en un ambiente que recela de todo…” Y ahí estás tú l
Esta semana no me voy a meter con las cosas religiosas, a pesar del título (y de que a veces te ponen las cosas a huevo). Aunque los que pintan algo en la iglesia (no me refiero a la señora que hizo el garabato en Borja), se metan en las cosas de los demás, no lo voy a hacer yo. No hagas a los demás que te hagan como yo quiero al prójimo… (Creo que es algo parecido, pero es que ese día me cambié a Ética y me perdí la clase de “Reli”). Esta semana os quería hablar sobre los nombres. Pero no el nombre del padre o del hijo (de verdad que hay nombres de hijos que son para matar al padre y para que le dé un ataque al Espíritu Santo. No tenéis más que pensar en algún Kevin Costner de Jesús, “Yosuas” y Samantas). Hablaremos de los nombres comunes. Hay padres hijos de… Porque vamos a ver ¿Quién pone el nombre de las cosas? A los animales, a las flores, a las ciudades… ¿Dónde está el responsable? ¿Con quién hay que hablar para que se ponga orden? ¿Y qué es este sindiós de
¿Habéis recibido alguna vez un mensaje de WhatsApp de alguien que no conocéis? ¿Nunca? Un chico me había conocido en una discoteca y quería volver a verme. Le había dicho que me llamaba Susan. Y ahí le tenías, buscando a Susan desesperadamente. Estuve a punto de llamarle y quedar. Pero resulta que nos habíamos visto en un garito de Houston. Claro, ahí teníamos un problema. Típico de Houston. El caso es que, como ya sabéis, yo no me llamo Susan y nunca he estado allí (eso no lo sabíais). Así que tuve que declinar la oferta. En otra ocasión me escribieron para comprarme un reloj. Que yo al mío le tengo mucho cariño, pero es que me ofrecían 10.000 francos suizos. Lástima que no tengo ningún Rolex a la venta. Otros me escriben para cambiarme de compañía. Con lo que me gusta a mí la compañía que tengo. Que no les cambio por nada del mundo. Buena gente, amigos de sus amigos y siempre están ahí. O aquí. Según el momento. Ya me entendéis. Pero esta semana, me pasó una cosa notable. He
La mirinda es como las películas de Martes y 13. Mejor dejarlas en la memoria... Cuando llegue a Canarias encontré que vendían mirinda y me compre una (de 2 litros encima)... Craso error.
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