Así fue o podría haber sido

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¿Habéis recibido alguna vez un mensaje de WhatsApp de alguien que no conocéis? ¿Nunca? Un chico me había conocido en una discoteca y quería volver a verme. Le había dicho que me llamaba Susan. Y ahí le tenías, buscando a Susan desesperadamente. Estuve a punto de llamarle y quedar. Pero resulta que nos habíamos visto en un garito de Houston. Claro, ahí teníamos un problema. Típico de Houston. El caso es que, como ya sabéis, yo no me llamo Susan y nunca he estado allí (eso no lo sabíais). Así que tuve que declinar la oferta. En otra ocasión me escribieron para comprarme un reloj. Que yo al mío le tengo mucho cariño, pero es que me ofrecían 10.000 francos suizos. Lástima que no tengo ningún Rolex a la venta. Otros me escriben para cambiarme de compañía. Con lo que me gusta a mí la compañía que tengo. Que no les cambio por nada del mundo. Buena gente, amigos de sus amigos y siempre están ahí. O aquí. Según el momento. Ya me entendéis. Pero esta semana, me pasó una cosa notable. He

Cantimploras, riñoneras, fósforos y otras cosas del salón en el ángulo oscuro, de sus dueños tal vez olvidadas

Un poema de Bécquer, el del tenis no, el otro, el de los billetes de 100 pesetas, comenzaba tal que así: “Del salón en el ángulo oscuro, de su dueño tal vez olvidada, silenciosa y cubierta de polvo, veíase el arpa”. Básicamente venía a decir, de forma muy poética (es lo que tienen los poemas) que el dueño del arpa pasaba de tocarla. Y es que si fuera una guitara, todavía, que tiene 6 cuerdas y no pesa demasiado. ¿Pero el arpa? Que tiene 4000 cuerdas (tirando por lo bajo) y es más pesada que un cuñado borracho. Pues se te quitan las ganas.


Y es que hay cosas que las coges con mucha ilusión (a lo mejor lo del arpa no es un buen ejemplo), pero luego ya te vas olvidando de ellas y no las vuelves a usar.
Quieres ejemplos? Pues vamos allá:


Los sobres de avión.

¿Te acuerdas de esos sobres que tenían en el borde los colores de las peluquerías antiguas? Azules, rojos y blancos, y azules otra vez, y rojos y blancos (y así hasta que se acababa el sobre). Pues ya no hay, o yo no los veo. ¿Y cómo saben los carteros que una carta a Bostonmasachuses (siempre va todo junto, Boston y Masachuses o como se escriba) tiene que ir por avión o en taxi? Por eso tardan tanto en llegar las cartas y la gente escribe correos electrónicos que son más rápidos.


Las cantimploras verdes

Esas cantimploras que igual servían para luchar en la selva de Birmania o para ir de excursión al zoo, al Museo del Prado o a Toledo. Fueras, donde fueras, de excursión, no podía faltar. Y no se acababa nunca el agua. Te comías tu tigretón, el filete empanao en bocadillo o la tortilla y seguía habiendo agua. 30 o 40 litros cabía en la mía (por lo menos). Y además con su fieltro verde recubriendo el aluminio que mantenía el agua fresquita. Ahora todos con la botellita de agua mineralizada, caramelizada y supervitaminada. Con lo rica que estaba el agua del grifo en la cantimplora verde (creo que estoy idealizando el sabor del agua…).

Las riñoneras

¡Ojo! Estamos hablando de cosas que van desapareciendo. No es que las eche de menos. Nunca me gustaron, aunque reconozco que siempre le pedía a un amigo que me guardara el tabaco… Al amigo que sabía que no fumaba. Y ahí podías meter, las llaves, la cartera, el paquete de Ducados, el mechero, el teléfono móvil (de los de antes), a tu hermana pequeña, un par de guías de teléfono… Tengo cierta tendencia a la exageración… El mechero lo llevábamos en el bolsillo.


Cerillas

Hablando de mecheros… Hubo un tiempo en el que se utilizaban unos palos pequeñitos con fosforo en la punta para encender cosas. Quizá hay que acotar algo más. Para encender una casa o un coche, servir, sirve, pero no es el mejor método. Era más bien para encender el gas de la cocina y los cigarrillos. Hay gente (señores mayores) que les llaman fósforos, que es una palabra muy bonita. Si será bonita que incluso ha dado nombre a un estrecho (no es un señor delgadito o alguien que se muestra reacio a mantener relaciones sexuales) que está por Turquía. Pero eso ya lo miráis vosotros en Google. Buscad por Estrecho del Fósforo… aunque es muy posible que los señores de Google os digan “Quizá quiso decir” (son educados por lo menos. Podrían decir, anda chaval, búscalo bien y ponlo como dios manda) Estrecho del Bósforo. Hacedme caso a mí, que Google a veces se equivoca J. Y las cerillas venían en cajas con fotos de ciclistas o sin ciclistas, y a veces sin fotos.


Papel pintado

¿Os acordáis cuando se forraban las paredes? Como los libros pero a lo bestia. Toda la pared, cuando las paredes no tenían gotelé y no parecía que estabas envolviendo un Ferrero Rocher. Y todos moviendo la cola y pegándola en la pared (cada uno que se haga su propia imagen). Como en época electoral pero sin fotos de señores y señoras “fotoshopeados” sonriendo.



Las sevillanas, el toro y la tele

La televisión plana mató a la sevillana. Que no es plan de poner a la chica haciendo equilibrios con el traje de faralaes y el abanico, o al toro, que ya está bastante jodido con sus dos banderillas, subido encima de la tele intentando no caerse. Tampoco hay sitio para los pañitos de ganchillo que te hacía tu abuela con todo su cariño para que no se constiparan los presentadores del telediario.



Las muñecas chochonas y los perritos pilotos

“¡Secretario! ¡Qué alegría, que alboroto! ¡Otra muñeca chochona!” Tengo que revisar el guion de los señores cansinos que se tiraban gritando todo el día en las ferias con un micrófono lo de los perritos pilotos, la cubertería y de fondo los coches de choque con música de Camela (la alcaldesa de Madrid, no, los que gritan que sueño contigo) a todo trapo.

 


Las bolsas de agua

Bonitas, lo que se dice bonitas, no eran. Aunque las forraran de tela de falda escocesa o tuvieran forma de muñeco, seguían siendo bolsas de agua. Alguno diréis que debería llamarlas bolsas de agua caliente. Y puede que tengáis razón, pero eso dependía de la temperatura del agua de la que rellenaras la bolsa en cuestión. Si le echabas agua fría, se jodió el nombre. Por eso, yo las llamo bolsas de agua. Que otros podréis decir que no tiene porqué ser de agua, que puedes llenarlas de cualquier otro líquido. Pues también. O de aire, o de gases gaseosos, pero tampoco es plan de ponerse tan creativo. Si total, ya nadie las usa… ¿no?


Los rulos

Esas cosas que se ponían las señoras, y algunos señores seguro que también, en la cabeza para tener el pelo ondulado. Como las patatas ruffles. Y los había con agua dentro o sin agua (no vamos a empezar el debate de nuevo) y de diferentes tamaños y colores. Toda un mundo de posibilidades para que el que los llevara puestos, quedara muy malamente.


Los teléfonos de rosca

No han desaparecido del todo, pero están en peligro de extinción. Se siguen vendiendo. De hecho tengo uno en casa. Pero es más un elemento decorativo que práctico. Como para unas prisas. Marcar un número completo de teléfono te puede llevar 10 minutos. Que si mete el dedo, lleva la rosca hasta el final, suelta la rosca, marca otro número, volver a proceder, empezar de nuevo porque se ha encasquillado el número 2, te equivocas de número, todavía no había señal, que se te caiga el auricular y provocar un socavón en el parqué… Un lío. Mejor llamamos con el móvil.


Los relojes calculadora

Ahora tenemos todo en el móvil. El reloj, la calculadora, el calendario, alarma, radio, las fotos de tu prima y un señor de Murcia (las fotos del señor de Murcia, no al señor propiamente dicho). ¿Pero quién no ha tenido o soñado tener un reloj de éstos cuando era un jovenzuelo? Y ahí estabas tú haciendo operaciones matemáticas como un loco, cualquier excusa era buena para hacer una multiplicación. Lo más complicado era dar a un solo botón. Los mayores no podían usarlo porque tenían los dedos muy gordos.


Reloj de cuco

Como los odiaba de pequeño. Hubiera matado al pajarito cada vez que salía de fiesta a las 3 de la mañana (el pajarito. A mí no me dejaban salir a esas horas). Que sí, que era muy tierno verle salir, si hubiera estado callado, pero es que el mamón no paraba de piar a todas horas (literalmente).



La Mirinda

No había cumpleaños sin gusanitos y Mirinda. Y los dos tenían el mismo color. ¿Qué naranjas utilizaban para hacer esa bebida? Había otra cosa peor, que era el tang (el color era algo menos cantoso, pero el sabor era como el del último trago del Frenadol. Cuando haces arrgh! Pues así, desde el principio. El sabor de la Mirinda era otra cosa… Realmente no me acuerdo de su sabor, pero seguro que era mejor que el Tang. 


Las hombreras

Si no eres jugador de fútbol americano, ya no se ven hombreras. Bueno, o si ves películas o vídeos de los 80 o a los mozalbetes de Locomía que acabaron con toda la producción de hombreras de España. Luego ya la gente se apuntó a los gimnasios y ya no hicieron falta nunca más. Sigo hablando de las hombreras, bueno, y también de Locomía.


Los pañuelos del moco.

La gente de bien llevaba siempre su pañuelo de tela. No confundir con los pañuelos para hacer juego con la corbata (que sólo se los ponen señores como Arturo Fernández, alias chatín). Y si ya eras gente de muy bien, los pañuelos tenían tus iniciales bordadas.


Vicks vaporub (viva)

Que vosotros diréis que se sigue vendiendo. Vale, puede ser. Pero que la gente se lo unte en el pecho? Amos no me jodas. Ir por ahí oliendo a chicle de clorofila todo el día por el jodío ungüento (me encanta la palabra ungüento. ¿Quieres que te cuente ungüento? ¡Perdón!). Ya tienes que estar muy enfermo para ponerte la cremita. ¡Calla, que igual es para eso!


El perro con la cabeza móvil

Voy a tener que explicar mejor el enunciado. Todos, o casi todos los perros (vivos) tienen la cabeza móvil. Me refiero a esos muñecos con forma de perro y con un muelle o cualquier otro artilugio para tener la cabeza móvil que se ponían en los coches para que con el movimiento propio que tienen los coches que se mueven, el perro también moviera la cabeza móvil. (No os quejaréis de lo bien que lo he explicado. Probablemente no sea mi mejor párrafo, pero lo importante es que haya quedado claro a qué me refería).



¿Os parecen pocos ejemplos? Pues tenía muchos más, como los cofres con mapas del tesoro (ya no quedan tesoros por robar), las máquinas de escribir (al final no escribían solas ni nada, tenías que darle a las teclas), los disquetes (que es como el símbolo de guardar de Microsoft pero más grande y en 3D), los afiladores (no confundir con afiliadores, que de esos sí que hay. Son los que apuntan a otro a un partido político), los carretes de fotografía (la gente no se hacía tantos selfies cuando sólo tenían 36 fotografías por carrete), pero mejor acabar aquí si no quiero que dejéis el blog olvidado en el ángulo oscuro, junto al arpa, la cantimplora, las riñoneras y los fósforos.

Comentarios

  1. La mirinda es como las películas de Martes y 13. Mejor dejarlas en la memoria... Cuando llegue a Canarias encontré que vendían mirinda y me compre una (de 2 litros encima)... Craso error.

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