Blog de Javier Merchán. Ríete tú de las fake news de Donald Trump. Me invento todos los contenidos, pero no espero que nadie se los crea.
Escribo sobre cosas importantes sin tomármelas en serio.
¿Habéis recibido alguna vez un mensaje de WhatsApp de alguien que no conocéis? ¿Nunca? Un chico me había conocido en una discoteca y quería volver a verme. Le había dicho que me llamaba Susan. Y ahí le tenías, buscando a Susan desesperadamente. Estuve a punto de llamarle y quedar. Pero resulta que nos habíamos visto en un garito de Houston. Claro, ahí teníamos un problema. Típico de Houston. El caso es que, como ya sabéis, yo no me llamo Susan y nunca he estado allí (eso no lo sabíais). Así que tuve que declinar la oferta. En otra ocasión me escribieron para comprarme un reloj. Que yo al mío le tengo mucho cariño, pero es que me ofrecían 10.000 francos suizos. Lástima que no tengo ningún Rolex a la venta. Otros me escriben para cambiarme de compañía. Con lo que me gusta a mí la compañía que tengo. Que no les cambio por nada del mundo. Buena gente, amigos de sus amigos y siempre están ahí. O aquí. Según el momento. Ya me entendéis. Pero esta semana, me pasó una cosa notable. He
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Ya os hablé hace poco
de los
peros. Esos pequeños cabrones que joden muchas frases. Yo no quería, pero… Le comprendoperfectamente,
pero…, tiene usted razón, pero.
La historia que os
voy a relatar es un SÍ, PERO de
libro. Pero (qué me gusta la palabra) no os la voy a contar yo. Y esta vez es cierto
que no escribo yo. Ni Mariló
o Calatrava, ni mi primo
americano, ni Ana
Botella. Os daréis cuenta inmediatamente porque está muy bien
escrito.
La explicación es la
siguiente. Isabel Blas,
amiga escritora y seguidora de este blog (no le preguntéis por qué, no vaya a
ser que deje de leerlo), me envió un correo adjuntando un par de cartas
dirigidas a la Seguridad Social. Me comentaba que quizá podría utilizarlas en
el blog y escribir sobre el tema. Yo, que soy rebelde porque el mundo me hizo
así, no voy a hacer caso a Isabel y prefiero publicarlas (eliminando
direcciones de la carta y fecha) tal cual me las ha enviado ella.
Al principio pensé en
“ficcionar” (no confundir con friccionar. A este blog se viene duchado de casa
y con el resto de deberes hechos) las cartas y darles una vuelta, pero
“pensuve”: Si no está roto, no lo toques.
Lo que quiero decir es que si no voy a mejorarlo, mejor lo dejo como está.
Las
cartas en cuestión:
Primera
carta de Isabel a las autoridades correspondientes.
Hace ya tiempo
Dra. Pancorbo
Coordinadora de Admisión
Hospital Universitario de la Princesa
Dª. Esperanza Aguirre
Presidenta Comunidad de Madrid
Señoras:
Hace
unos días me vi en la necesidad de cambiar la fecha de consulta que tenía con
un especialista del Hospital de la Princesa, para lo cual, dispuesta con todos
los datos correspondientes a número de H.C., número de cita, nombre del médico,
fecha, hora, etc., telefoneé al hospital solicitando dicho cambio. Por una
empleada —sumamente amable, nada que objetar con respecto a ella— fui informada
de que era imposible efectuar dicho cambio por teléfono. Era necesaria mi
presencia física en el hospital para acceder a mi petición.
Inútil
resultó indicar a tan amable empleada las muchas situaciones que podían darse
(yo trabajaba en horario partido, no tenía suegros, madre o tíos con quien
dejar a los niños, estaba en esos momentos pasando por un proceso febril que me
mantenía en la cama o carecía de vecinos amables a quienes acudir en petición
de ayuda) para que cambiar una cita resultara, no solamente un trabajo molesto
(deje usted de ir esa tarde a la reunión de padres de alumnos del colegio de su
hijo), sino casi imposible (levántese de la cama y salga a la calle con el
diluvio que está cayendo) y hasta costoso económicamente hablando (deje de
trabajar una mañana, que le será descontada de su sueldo o verá mermadas sus
vacaciones en un día). Inútil, repito.
Desbaratas
las opciones anteriores con un “lo comprendo, señora, pero son las normas”, al
menos pude conseguir una ¿explicación? de por qué era imposible, en el siglo de
las telecomunicaciones (el hombre llegó a la Luna, podemos enviar nuestra
declaración de la renta por Internet, sabemos cuántos minutos va a tardar en
llegar nuestro autobús enviando un simple SMS...) cambiar una cita por
teléfono: ¡¡la culpa era nuestra!!
La
sufrida empleada me explicó —insisto, amabilísima y pacientísima con mis largas
peroratas de incomprensión— que muchos pacientes cambiaban su cita y luego no
recordaban que lo habían hecho, con lo cual se presentaban el día de la cita
que figuraba en el papel que les había sido entregado y había lío.
¡¡Acabáramos!! Además de pacientes de cualquier especialidad de la que
quisiéramos ser tratados, deberían apuntarnos en la de Psiquiatría o
Psicología. Los pacientes no sabemos lo que hacemos y le buscamos las
cosquillas a la Seguridad Social. Solución: pierda usted una mañana de trabajar
(le cueste lo que le cueste sobrellevar el cabreo de su jefe o la doble jornada
para sacar su trabajo adelante al día siguiente) o deje a los niños con su
suegra (a quien a partir de ahora le deberá un favor y ya se encargará ella de
recordárselo de vez en cuando) o cargue con los niños (cochecito incluido) que querrán
ir al parque y se pasarán el rato lloriqueando o molestando a los demás
pacientes y váyase al hospital a cambiar su día de cita. Eso, si es que puede
usted subir el cochecito por los escalones de entrada al hospital y consigue
acceder al único ascensor que funciona actualmente, dadas las obras de reforma
que se están realizando. Pero ¡qué importa! para eso es usted mujer-trabajadora
y mujer-madre, además de mujer-paciente, y está usted hecha con el material del
que se hacen los cimientos de las casas: de cemento armado.
Parecía
que habíamos avanzado tanto en todo, ¿verdad? Pues no. Sólo en casi todo...
Internet es un mundo mágico que nos convierte en una aldea global donde podemos
hablar con nuestras antípodas. Se opera a los pacientes sin casi tocarlos ni
abrirlos. Se compran entradas de espectáculos sin aparecer por la taquilla.
Recibimos fotos de nuestros nietos, noticias de actualidad, mensajes de amor,
datos de nuestras inversiones, canciones tontas, programas de televisión y
radio en unos aparatitos así de chiquititos, sin más que apretar algún que otro
botón. Pero si queremos cambiar una cita de un especialista debemos arrastrar
nuestro no importa si tullido cuerpo hasta la cola (¡sí! ¡sí! la cola, siempre
y en cualquier momento...) y aguardar con resignación cristiana o con periódico
gratuito, hasta el momento de poder decir: “Señorita, yo sólo quería una cosa
tan sencilla como cambiar la fecha de mi cita...”. Ya sabe que, además, por
mala, la espera, ahora, se puede prolongar... ¡Qué importa eso! Usted sale del
hospital con su nuevo papel de cita más contenta que unas castañuelas. Le ha
solucionado usted sus problemas burocráticos a la Seguridad Social. Se puede
obsequiar a sí misma hasta con un terrón de azúcar.
¿Qué
quieren? Yo protesto por ello. Aún en el supuesto de las posibles molestias que
se puedan originar, creo que, puestos en la balanza, deben pesar más los
beneficios de la rapidez, la eficacia, la eficiencia y la sencillez de poder
hacer esa gestión por teléfono, que todo lo demás.
Y quería
decírselo a ambas. A la Dra. Pancorbo como responsable (me dieron como tal su
nombre) de estas normas y a la Sra. Aguirre como responsable de una sanidad
madrileña que, como ve, es absolutamente mejorable.
Atentamente,
Isabel Blas
=========================================
Segunda carta de Isabel a las autoridades
“impertinentes”
Hace
menos tiempo
Dra.
Pancorbo
Dª.
Esperanza Aguirre
Señoras:
Pues
nuevamente aquí —algo que ni yo pensaba—, para contarles una segunda parte del
asunto éste de las citas de especialistas... iba a decir telefónicas, pero
claro, no, de las citas no telefónicas.
En mi
primer relato, les conté que tuve que cambiar mi cita a mi especialista.
Finalmente hecho. Acudí a mi especialista. Felizmente hecho. Y ella me dijo que
me vería nuevamente en el mes de julio. Nada que objetar a la fecha. Mi
revisión es así siempre, aproximadamente cada tres o cuatro meses. Me despedí
de ella deseándole feliz primavera y me dirigí a la Unidad de Citas a patita a
pedir mi nueva cita en persona, sin
teléfonos ni líos por medio. Más contenta que unas castañuelas iba yo en esta
ocasión cumpliendo el protocolo médico a rajatabla. En persona. Sorteando las
dificultades de las obras, teniendo que bajar a pelo la escalera con mi pierna
medio coja porque los ascensores están colapsados, debiendo esperar una cola de
varias personas hasta llegar a la ventanilla, pero nada de ello me importaba.
Iba en persona a conseguir una nueva
cita de especialista.
¡¡Pues
tampoco pude!!
¿Quieren
saber cuál fue ahora el problema? Se lo cuento, no se preocupen. Sucede que, en el mes de abril, el ordenador de la Unidad
de Citas no tiene metido en su programa el
mes de julio y no se pueden dar citas para dicho mes (cosa rara rara donde
las haya, puesto que en los hospitales lo más lógico es que las fechas de citas
se dilaten bastante y deberían tener programa para los próximos dos años). La
solución que me dio la amable operadora —que digo amable, amabilísima— es que volviera aproximadamente a finales de
mayo. Pero, claro, que volviera en
persona.
Por
aquello de reírme yo sola un poquito más (para mí era un día feliz dado que mis
diagnósticos eran buenos y parece ser que viviré muchos años más) le pregunté
si podía llamarla por teléfono, pero ahí la amabilidad continuó pero la
negativa también: no, no podía. Tenía que ir personalmente.
Hace
unos días estuve en la Tesorería de la Seguridad Social y leí que hasta los
ingresos se podían hacer vía TDT (¿qué será el TDT?) y aparecían en el anuncio
cables, pantallas, ordenadores. Algo muy moderno, sin duda, modernísimo. Y en
el periódico vino que los médicos van a atender ¡¡por móvil!! algunas consultas
(algo lógico si se piensa que ya operan por televisión). Seguí buscando en el
periódico a ver si, mientras tanto, había hecho efecto mi carta y ya se podían
hacer o cambiar las citas de los especialistas por teléfono. Pero llegué al
sudoku sin encontrar nada más.
Así es
que les escribo de nuevo. Ya saben. Mi protesta. Otra vez. Enérgica y
ambiciosa. La muy tonta (mi protesta, digo) no pierde la esperanza de que
podamos (ella y yo) conseguir nuestro objetivo.
Muy
atentamente,
Isabel Blas
================
¿Qué
os dije? ¿A que merecía la pena?
La
historia está basada en hechos reales y ningún animal (ni del Hospital, ni de
Sanidad, ni de la Comunidad de Madrid) fue lastimado durante los hechos
relatados.
PS:
No deseamos mal a nadie, pero ojalá algunos de ellos tengan que pasarse semanas
haciendo gestiones mientras suena un disco (el mismo siempre) de villancicos
cantado por la Tuna.
A veces, cuando me pongo a pensar sobre qué escribir en el blog, se me ocurren muchas cosas. Luego me doy cuenta de que alguien ya ha escrito sobre ello, y el cabrón o cabrona lo ha hecho mejor. Otras veces tengo una idea y cuando llevo un buen rato escribiendo, me digo “pero si de esto ya he hecho un post”. Y otras veces, directamente no pienso. Esta vez voy a escribir sobre cosas que ya se han escrito. Pero vamos a hacerlo de otra manera. Y os explico por qué. Pues “resultadeque” estaba leyendo una crítica de una película y no terminé de entender si me estaban recomendando verla, si era muy mala, o me comprara un Opel Corsa. No comprendí nada. Yo creo que los críticos de cine, como escriben a oscuras en la sala de cine, pues luego no entienden lo que han puesto y tienen que inventar, y de ahí lo de “la levedad inescrutable del personaje tiene connotaciones que nos recuerdan el sufrimiento crónico de la sociedad en un ambiente que recela de todo…” Y ahí estás tú l
Esta semana no me voy a meter con las cosas religiosas, a pesar del título (y de que a veces te ponen las cosas a huevo). Aunque los que pintan algo en la iglesia (no me refiero a la señora que hizo el garabato en Borja), se metan en las cosas de los demás, no lo voy a hacer yo. No hagas a los demás que te hagan como yo quiero al prójimo… (Creo que es algo parecido, pero es que ese día me cambié a Ética y me perdí la clase de “Reli”). Esta semana os quería hablar sobre los nombres. Pero no el nombre del padre o del hijo (de verdad que hay nombres de hijos que son para matar al padre y para que le dé un ataque al Espíritu Santo. No tenéis más que pensar en algún Kevin Costner de Jesús, “Yosuas” y Samantas). Hablaremos de los nombres comunes. Hay padres hijos de… Porque vamos a ver ¿Quién pone el nombre de las cosas? A los animales, a las flores, a las ciudades… ¿Dónde está el responsable? ¿Con quién hay que hablar para que se ponga orden? ¿Y qué es este sindiós de
¿Habéis recibido alguna vez un mensaje de WhatsApp de alguien que no conocéis? ¿Nunca? Un chico me había conocido en una discoteca y quería volver a verme. Le había dicho que me llamaba Susan. Y ahí le tenías, buscando a Susan desesperadamente. Estuve a punto de llamarle y quedar. Pero resulta que nos habíamos visto en un garito de Houston. Claro, ahí teníamos un problema. Típico de Houston. El caso es que, como ya sabéis, yo no me llamo Susan y nunca he estado allí (eso no lo sabíais). Así que tuve que declinar la oferta. En otra ocasión me escribieron para comprarme un reloj. Que yo al mío le tengo mucho cariño, pero es que me ofrecían 10.000 francos suizos. Lástima que no tengo ningún Rolex a la venta. Otros me escriben para cambiarme de compañía. Con lo que me gusta a mí la compañía que tengo. Que no les cambio por nada del mundo. Buena gente, amigos de sus amigos y siempre están ahí. O aquí. Según el momento. Ya me entendéis. Pero esta semana, me pasó una cosa notable. He
jajaja, muy bueno, aunque no sea hijo tuyo, pero lo has adoptado muy bien ;)
ResponderEliminarGracias Alfre!!!
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