Así fue o podría haber sido

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¿Habéis recibido alguna vez un mensaje de WhatsApp de alguien que no conocéis? ¿Nunca? Un chico me había conocido en una discoteca y quería volver a verme. Le había dicho que me llamaba Susan. Y ahí le tenías, buscando a Susan desesperadamente. Estuve a punto de llamarle y quedar. Pero resulta que nos habíamos visto en un garito de Houston. Claro, ahí teníamos un problema. Típico de Houston. El caso es que, como ya sabéis, yo no me llamo Susan y nunca he estado allí (eso no lo sabíais). Así que tuve que declinar la oferta. En otra ocasión me escribieron para comprarme un reloj. Que yo al mío le tengo mucho cariño, pero es que me ofrecían 10.000 francos suizos. Lástima que no tengo ningún Rolex a la venta. Otros me escriben para cambiarme de compañía. Con lo que me gusta a mí la compañía que tengo. Que no les cambio por nada del mundo. Buena gente, amigos de sus amigos y siempre están ahí. O aquí. Según el momento. Ya me entendéis. Pero esta semana, me pasó una cosa notable. He

Atrapado en el descensor

El mundo está dividido en dos clases de personas. 1.- A las que les pasa de todo y encima lo cuentan y 2.- El resto. No es que al resto no les pase nada. Es que se callan como meretrices (me parecía muy fuerte poner putas en el primer párrafo). 


Siempre he pensado que soy de los primeros. Sin llegar a vender mi vida a Jorge Javier Vázquez, sí que suelo contar las cosas que me pasan y a veces, las que me imagino mientras me suceden. Dicen que si no eres capaz de reírte de ti mismo, buena sombra te cobija y no le mires el diente… Es algo parecido, pero a lo mejor, tengo que repasar los refranes.

El caso es que creo que a todo el mundo le pasan cosas extrañas. Otra cosa es que las contemos. ¿Quién no ha perdido la llave del hotel y ha tenido que recorrer el pasillo de 300 metros completamente desnudo? Vale, puede que solo me ha pasado a mí, pero… Como me decía mi “seño” en el cole. ¿Por qué no lo compartes con el resto de la clase para que nos riamos todos? Pues vamos allá. 

Hace un par de semanas me disponía a ir al gimnasio (no, no es el comienzo de un monólogo del Club de la Comedia). Con mi mochila al hombro cargada de ilusión (los cojones, ni ilusión ni leches, no me apetecía lo más mínimo), me dispuse a bajar por el ascensor. Nada más pulsar el botón, noté un leve ruido y el elevador (en este caso el “descensor” porque iba hacia abajo…) quedó entre el 6º y el 5º piso (vivimos en el sexto).

Y ahí me tenéis, atrapado en el ascensor como la canción del Pingüino (gran persona y muy mal cantante). Sin agua, sin comida, sin cobertura en el móvil. Sólo con una mochila llena de ilusión, unas chanclas, un bañador, las gafas para la piscina, una toalla, champú, desodorante y el puto gorro. Vosotros diréis: ¡Bah, con menos que eso MacGiver te hace un capítulo entero y se carga a una banda de narcotraficantes albanokosovares y prepara la cena romántica a la churri de turno! Ya, pero es que tenéis que tener en cuenta que iba yo solo. Y no soy demasiado mañoso.  Soy la única persona a la que le faltan piezas en la mesa Lack de Ikea… Sí, esa, la que tiene 4 patas enroscadas a un tablero. 

No os podéis hacer idea del mal rato que pasé. Realmente es como me lo habían contado. Una luz muy potente que se va acercando, sientes el cuerpo como si flotara y puedes verte desde arriba (luego me di cuenta del espejo en el techo y la bombilla del ascensor). Tu vida pasa rápidamente en imágenes. Ves a todos tus seres queridos (Sí, salíais todos guapos y bien peinados en las fotos). Rezas todo lo que sabes (aquí no perdí mucho tiempo)...

No se lo deseo a nadie. La peor experiencia de toda mi vida. Todavía se me eriza el vello (hacía mucho que no ponía un topicazo... Al erizamiento de vello ayuda que estoy escribiendo con la ventana abierta y hay una corriente de 125 o 220... aún no lo tengo claro). Y todo esto sin llorar. 


A veces, muy pocas veces, tengo cierta tendencia a la exageración. Hoy es uno de esos días. Pero es que me tiré una hora encerrado. ¡¡UNA HORA DE RELOJ!! (Por cierto. ¿Alguien me puede explicar esta expresión? ¿De dónde iba a ser la hora si no?)  Eso es lo que tardaron en sacarme del “descensor”. 60 minutos en los que me dio tiempo a pensar en este post, en imaginarme nuevas tonterías, darle vueltas a los post sobre los restaurantes, el significado de la vida, pensar por qué el tiempo corre, y vuela… pero no nada… Y así “sustantivamente”.


Afortunadamente todo quedó en un susto. Podría haberme inventado una historia en la que me encaramaba (quiero decir que me subía a lo alto) al ascensor y trepaba por los cables y con mi fuerza descomunal abría la puerta que me separaba de la salvación… como en las películas. Pero ay mísero de mí, ay infelice… en este ascensor no se podía (seguramente sí, pero me dio un poco de canguis)… Lo de abrir las puertas (sin tanta poesía como he utilizado antes) también lo intenté, pero estaba justo entre los dos pisos y las puertas se cerraban.

Ya os veo comiéndoos las uñas por saber cómo salí del ascensor… Sigo con la tendencia a la exageración. Esto es como Titanic…. Sabes como acaba antes de que empiecen a contártelo. Entonces. ¿Por qué cojones tardas tanto en decir que pulsaste el botón de alarma y te ayudaron a salir?


Esto tiene su explicación. Fue un poco más complicado de lo que parece (tengo que recordar que estoy en Irlanda). El botón de alarma funcionaba, pero el señor que había al otro lado, no demasiado bien. Sólo sabía decir. Where are you? (con acento indio y cortándose la comunicación constantemente).Yo no sabía si reír o descojonarme. ¿Pues dónde voy a estar? Te llamo desde el Transbordador Espacial entrando en Marte ¿No te jode? Pues en el ascensor. 


Después de contestar a todas las preguntas -el bloque en el que estaba, entre qué pisos, si llevaba ropa limpia en caso de tener que ser ingresado en el hospital (siguiendo los consejos maternales) - pude entender que venían a ayudarme… En unos minutillos. Los minutillos fueron 60. Exactamente, ni uno más ni uno menos. Y no te creas que me dio conversación ni nada. Yo solo luchando contra los elementos.

Y llegó el momento de la verdad. De repente escuché unos golpes y una voz desde arriba que me decía. ¿ESTÁS BIEN? (pero en inglés: Ar llu oquei?). Yo pensaba que había llegado mi hora y que el Señor me reclamaba. Así era. El señor (el que arreglaba el ascensor) me pedía que no me moviera. Iba a utilizar una llave para subir el ascensor hasta la puerta más próxima. Bonnie Tyler ya hablaba hace años sobre los héroes… ¡¡Mi héroe!! 


Y así es como acabó todo. Mi héroe me salvó del peligro (no quería ir al gimnasio)… Me dejó en mi piso y vuelta a casa después de haber tenido una hora para pensar tranquilamente en nuevas chorradas para el blog…. Y tener una experiencia para poder contárosla. Espero que me sigan pasando cosas como ésta, pero no tenga que decir lo de la pierna…

 

Comentarios

  1. Me imagino tu desasosiego, Javier. Si al menos te hubieras quedado con tres vascos en el ascensor os hubiérais podido jugar un mus. Pero... ¡en Irlanda! ¿a qué juegan los irlandeses? Cuando yo estuve allí, sólo los vi beber y beber y beber...
    Y... ya ves. Eso te pasa por ir al gimnasio. Espero que hayas aprendido...
    Besotes,
    Isabel

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