Blog de Javier Merchán. Ríete tú de las fake news de Donald Trump. Me invento todos los contenidos, pero no espero que nadie se los crea.
Escribo sobre cosas importantes sin tomármelas en serio.
¿Habéis recibido alguna vez un mensaje de WhatsApp de alguien que no conocéis? ¿Nunca? Un chico me había conocido en una discoteca y quería volver a verme. Le había dicho que me llamaba Susan. Y ahí le tenías, buscando a Susan desesperadamente. Estuve a punto de llamarle y quedar. Pero resulta que nos habíamos visto en un garito de Houston. Claro, ahí teníamos un problema. Típico de Houston. El caso es que, como ya sabéis, yo no me llamo Susan y nunca he estado allí (eso no lo sabíais). Así que tuve que declinar la oferta. En otra ocasión me escribieron para comprarme un reloj. Que yo al mío le tengo mucho cariño, pero es que me ofrecían 10.000 francos suizos. Lástima que no tengo ningún Rolex a la venta. Otros me escriben para cambiarme de compañía. Con lo que me gusta a mí la compañía que tengo. Que no les cambio por nada del mundo. Buena gente, amigos de sus amigos y siempre están ahí. O aquí. Según el momento. Ya me entendéis. Pero esta semana, me pasó una cosa notable. He
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Restaurantes y Navidad (I Parte)
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Pues ya está aquí la
Navidad. Y no empecéis como todos los años. ¿Otra vez? ¿Ya? Sí, ya. Es lo que tiene noviembre, que
después llega diciembre. ¿Qué esperabais Noviembre Junior? Aunque hay supermercados
que tienen el turrón ya caducado y los polvorones rancios de lo pronto que los
han puesto, ya no hay vuelta atrás.
Esta es la cara que
se le quedó a Monsterrat Caballé cuando le dijeron que tenía que cantar en
Navidad.
Pues eso, que en nada
estamos celebrando las cenas con los amigos, los compañeros de trabajo (si es
que queda alguien en la oficina) o con quien te quieras reunir. Ya os conté hace
casi
un año cómo debías comportarte en ese tipo de cenas
y algunos consejos para salir vivo de ellas.
Esta vez os hablaré
de los diferentes lugares en los que puedes celebrar los eventos. Para que no
tengáis que leer demasiado y como hay muchísimos tipos de restaurantes, mejor
lo hacemos en capítulos.
Donde vayáis, ya es
cosa vuestra. Yo os aconsejo que no vayáis a ninguno y os quedéis en casa o en
la de vuestros padres, o suegros… Mejor no salgáis que todo lo que diga puede
ser utilizado en mi contra… tengo derecho a guardar silencio :-).
Y vamos a empezar por
el principio. ¿Os acordáis de cuando sólo había tres tipos de restaurantes? Los
de "aquí al lao" (también conocidos como el de abajo, el de toda la vida o el de la
esquina), los caros y los chinos. Siempre hay alguien que por hacerse el
gracioso incluye la opción de “fas-fú” o comida rápida para la cena de Navidad,
como por ejemplo McDonald’s (incluso para casarse), “Burriquín”, Telepizza,
Subway… y similares, pero vamos a obviar esta opción. Nos
quedaremos con estas tres de momento…
Lo
mejor de esta opción es que tienes una página en La Razón.¡Allá voy!
Los
de siempre, los de abajo o los de toda la vida.
Se está perdiendo
esta tradición. Más que nada porque cada vez quedan menos bares de este tipo. Si
no han puesto un chino en su lugar, están los chinos trabajando dentro y
haciendo ellos mismos los bocatas de calamares… pero aún quedan sitios donde
comerte unas “cocretas” caseras, las
mejores bravas del mundo mundial, las cañas mejor tiradas y todo en un ambiente
sofisticado y rodeado de cabezas de
gambas y servilletas en el suelo.
Casi siempre con un
nombre fácil de recordar, Bar Juli, el Segoviano, Guarro (no lo pone en el
rótulo pero se le conoce como tal. Hay uno en cada barrio por lo menos).
También puede tener el nombre de cualquier ciudad o pueblo de la geografía
española. No os dejéis engañar, el dueño no siempre es tan simpático como los
venden en las películas, suelen ser más parecidos al hermano “rebotao” de Los
Serrano.
Lo único que tenías
que hacer para reservar es avisar un par de días antes y decirle: “Manolo, que el viernes nos juntamos los de
la oficina. Nos preparas algo “apañao” y no te pases con el precio”. Si
apareces con traje por el bar, te meten una colleja que ríete tú de la Sole de 7
Vidas. Eso sí, no esperes que se pase por allí Isabel Preysler con los Ferrero
Rocher, ni Carmen Lomana… o sí.
El
bar Yakarta, un clásico de Carabanchel
El
chino
Todavía no habían
pasado a llamarse asiáticos… algunos ya eran orientales, pero casi siempre se
les conocía como el chino. Podían y pueden tener nombres muy variados (P.L.C. que
quiere decir Por Los Cojones). Si no tenían en el rótulo una de estas palabras Muralla,
Dragón, Imperial, Sol, Gran, Pekín, o cualquier otra ciudad china, no era un restaurante chino de verdad.
Esto
pasa por salirse del guion
En cuanto a la oferta
gastronómica, mira que tienen una carta larga, pero al final terminamos
comiendo algo como: “Rollitos agridulces
de Cerdo primaveral con almendras”. Hay otras combinaciones como el “Arroz con Pollo Delicioso al Bambú” y
eso sí, que no falten nunca esos trozos de plástico para embalar que ponen
antes de comer.
No sé cómo se las
apañan, pero da igual si vas a un chino en Madrid, o en Cuenca, son todos
iguales. El mismo chino en la puerta (o muy parecido). Da igual que pidas
mesa para dos que para 350, siempre habrá sitio. La misma joven, también china,
sirviendo el pan de gambas y sonriendo, y poniéndote los 18 platos al mismo
tiempo en la mesa. No sé vosotros, pero tengo la sensación de estar en un
concurso para ver quién se lo come todo en menos tiempo… Y sin pan para que
entre mejor la ternera saltándose los pimientos como un champiñón.
Los
caros
Todavía no es el
momento de la cocina malaya con toques caribeños y ciertas reminiscencias mozárabes,
ni la televisión llena de gente vestida de cocineros. Los platos eran aún redondos
y las cartas del menú se podían entender a la primera, sin preguntar al
camarero.
No había mucha
variedad, pero también costaba una pasta ir a comer a estos restaurantes. Normalmente no eran los elegidos para las comidas de navidad, pero la gente con posibles
(siempre he querido meter esta frase en algún texto) iba allí a menudo. Este
tipo de restaurante se dividía en tres. Mesón, Asador y Marisquería, y todos bastante casposos.
Allí se iba a comer
bien, y mucho. A ponerse como el tenazas (qué me gusta esta expresión) y sobre
todo si pagaba otro. Casi siempre era la empresa, o el amigo con pasta. La
carta tampoco es que fuera muy amplia,
pero la cuestión era comerse un buen chuletón, un cabrito, una buena mariscada
o un cervatillo.
Ahora parecen cutres
y con camareros con más años que un saco de loros. Solían tener siempre un
escudo de armas a la puerta para que se viera que eran de un apellido
importante. ¡Para cualquier celebración, mariscada y chuletón! (prometo que este anuncio es de verdad). ¡Los anuncios de
la radio ya los hacía el abuelo del padre de Matías Prats…. Padre!
En próximos capítulos
veremos cómo llegaron los restaurantes de otros sitios del mundo, la cocina de
autor, temáticos… Pasito a paso, que sois unos agonías y lo queréis todo junto,
como la comida en el Chino. ¡Que aproveche y hasta la semana que viene!
A veces, cuando me pongo a pensar sobre qué escribir en el blog, se me ocurren muchas cosas. Luego me doy cuenta de que alguien ya ha escrito sobre ello, y el cabrón o cabrona lo ha hecho mejor. Otras veces tengo una idea y cuando llevo un buen rato escribiendo, me digo “pero si de esto ya he hecho un post”. Y otras veces, directamente no pienso. Esta vez voy a escribir sobre cosas que ya se han escrito. Pero vamos a hacerlo de otra manera. Y os explico por qué. Pues “resultadeque” estaba leyendo una crítica de una película y no terminé de entender si me estaban recomendando verla, si era muy mala, o me comprara un Opel Corsa. No comprendí nada. Yo creo que los críticos de cine, como escriben a oscuras en la sala de cine, pues luego no entienden lo que han puesto y tienen que inventar, y de ahí lo de “la levedad inescrutable del personaje tiene connotaciones que nos recuerdan el sufrimiento crónico de la sociedad en un ambiente que recela de todo…” Y ahí estás tú l
Esta semana no me voy a meter con las cosas religiosas, a pesar del título (y de que a veces te ponen las cosas a huevo). Aunque los que pintan algo en la iglesia (no me refiero a la señora que hizo el garabato en Borja), se metan en las cosas de los demás, no lo voy a hacer yo. No hagas a los demás que te hagan como yo quiero al prójimo… (Creo que es algo parecido, pero es que ese día me cambié a Ética y me perdí la clase de “Reli”). Esta semana os quería hablar sobre los nombres. Pero no el nombre del padre o del hijo (de verdad que hay nombres de hijos que son para matar al padre y para que le dé un ataque al Espíritu Santo. No tenéis más que pensar en algún Kevin Costner de Jesús, “Yosuas” y Samantas). Hablaremos de los nombres comunes. Hay padres hijos de… Porque vamos a ver ¿Quién pone el nombre de las cosas? A los animales, a las flores, a las ciudades… ¿Dónde está el responsable? ¿Con quién hay que hablar para que se ponga orden? ¿Y qué es este sindiós de
¿Habéis recibido alguna vez un mensaje de WhatsApp de alguien que no conocéis? ¿Nunca? Un chico me había conocido en una discoteca y quería volver a verme. Le había dicho que me llamaba Susan. Y ahí le tenías, buscando a Susan desesperadamente. Estuve a punto de llamarle y quedar. Pero resulta que nos habíamos visto en un garito de Houston. Claro, ahí teníamos un problema. Típico de Houston. El caso es que, como ya sabéis, yo no me llamo Susan y nunca he estado allí (eso no lo sabíais). Así que tuve que declinar la oferta. En otra ocasión me escribieron para comprarme un reloj. Que yo al mío le tengo mucho cariño, pero es que me ofrecían 10.000 francos suizos. Lástima que no tengo ningún Rolex a la venta. Otros me escriben para cambiarme de compañía. Con lo que me gusta a mí la compañía que tengo. Que no les cambio por nada del mundo. Buena gente, amigos de sus amigos y siempre están ahí. O aquí. Según el momento. Ya me entendéis. Pero esta semana, me pasó una cosa notable. He
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