Así fue o podría haber sido

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¿Habéis recibido alguna vez un mensaje de WhatsApp de alguien que no conocéis? ¿Nunca? Un chico me había conocido en una discoteca y quería volver a verme. Le había dicho que me llamaba Susan. Y ahí le tenías, buscando a Susan desesperadamente. Estuve a punto de llamarle y quedar. Pero resulta que nos habíamos visto en un garito de Houston. Claro, ahí teníamos un problema. Típico de Houston. El caso es que, como ya sabéis, yo no me llamo Susan y nunca he estado allí (eso no lo sabíais). Así que tuve que declinar la oferta. En otra ocasión me escribieron para comprarme un reloj. Que yo al mío le tengo mucho cariño, pero es que me ofrecían 10.000 francos suizos. Lástima que no tengo ningún Rolex a la venta. Otros me escriben para cambiarme de compañía. Con lo que me gusta a mí la compañía que tengo. Que no les cambio por nada del mundo. Buena gente, amigos de sus amigos y siempre están ahí. O aquí. Según el momento. Ya me entendéis. Pero esta semana, me pasó una cosa notable. He

Restaurantes y Navidad (I Parte)

Pues ya está aquí la Navidad. Y no empecéis como todos los años. ¿Otra vez? ¿Ya? Sí, ya. Es lo que tiene noviembre, que después llega diciembre. ¿Qué esperabais Noviembre Junior? Aunque hay supermercados que tienen el turrón ya caducado y los polvorones rancios de lo pronto que los han puesto, ya no hay vuelta atrás.

Esta es la cara que se le quedó a Monsterrat Caballé cuando le dijeron que tenía que cantar en Navidad.

Pues eso, que en nada estamos celebrando las cenas con los amigos, los compañeros de trabajo (si es que queda alguien en la oficina) o con quien te quieras reunir. Ya os conté hace casi un año cómo debías comportarte en ese tipo de cenas y algunos consejos para salir vivo de ellas.

Esta vez os hablaré de los diferentes lugares en los que puedes celebrar los eventos. Para que no tengáis que leer demasiado y como hay muchísimos tipos de restaurantes, mejor lo hacemos en capítulos.

Donde vayáis, ya es cosa vuestra. Yo os aconsejo que no vayáis a ninguno y os quedéis en casa o en la de vuestros padres, o suegros… Mejor no salgáis que todo lo que diga puede ser utilizado en mi contra… tengo derecho a guardar silencio :-).


Y vamos a empezar por el principio. ¿Os acordáis de cuando sólo había tres tipos de restaurantes? Los de "aquí al lao" (también conocidos como el de abajo, el de toda la vida o el de la esquina), los caros y los chinos. Siempre hay alguien que por hacerse el gracioso incluye la opción de “fas-fú” o comida rápida para la cena de Navidad, como por ejemplo McDonald’s (incluso para casarse), “Burriquín”, Telepizza, Subway… y similares, pero vamos a obviar esta opción. Nos quedaremos con estas tres de momento…

Lo mejor de esta opción es que tienes una página en La Razón.  ¡Allá voy!

Los de siempre, los de abajo o los de toda la vida.

Se está perdiendo esta tradición. Más que nada porque cada vez quedan menos bares de este tipo. Si no han puesto un chino en su lugar, están los chinos trabajando dentro y haciendo ellos mismos los bocatas de calamares… pero aún quedan sitios donde comerte unas “cocretas” caseras, las mejores bravas del mundo mundial, las cañas mejor tiradas y todo en un ambiente sofisticado  y rodeado de cabezas de gambas y servilletas en el suelo.


Casi siempre con un nombre fácil de recordar, Bar Juli, el Segoviano, Guarro (no lo pone en el rótulo pero se le conoce como tal. Hay uno en cada barrio por lo menos). También puede tener el nombre de cualquier ciudad o pueblo de la geografía española. No os dejéis engañar, el dueño no siempre es tan simpático como los venden en las películas, suelen ser más parecidos al hermano “rebotao” de Los Serrano.


Lo único que tenías que hacer para reservar es avisar un par de días antes y decirle: “Manolo, que el viernes nos juntamos los de la oficina. Nos preparas algo “apañao” y no te pases con el precio”. Si apareces con traje por el bar, te meten una colleja que ríete tú de la Sole de 7 Vidas. Eso sí, no esperes que se pase por allí Isabel Preysler con los Ferrero Rocher, ni Carmen Lomana… o sí.

El bar Yakarta, un clásico de Carabanchel
El chino

Todavía no habían pasado a llamarse asiáticos… algunos ya eran orientales, pero casi siempre se les conocía como el chino. Podían y pueden tener nombres muy variados (P.L.C. que quiere decir Por Los Cojones). Si no tenían en el rótulo una de estas palabras Muralla, Dragón, Imperial, Sol, Gran, Pekín, o cualquier otra ciudad china, no era un restaurante chino de verdad.  

Esto pasa por salirse del guion

En cuanto a la oferta gastronómica, mira que tienen una carta larga, pero al final terminamos comiendo algo como: “Rollitos agridulces de Cerdo primaveral con almendras”. Hay otras combinaciones como el “Arroz con Pollo Delicioso al Bambú” y eso sí, que no falten nunca esos trozos de plástico para embalar que ponen antes de comer.


No sé cómo se las apañan, pero da igual si vas a un chino en Madrid, o en Cuenca, son todos iguales. El mismo chino en la puerta (o muy parecido). Da igual que pidas mesa para dos que para 350, siempre habrá sitio. La misma joven, también china, sirviendo el pan de gambas y sonriendo, y poniéndote los 18 platos al mismo tiempo en la mesa. No sé vosotros, pero tengo la sensación de estar en un concurso para ver quién se lo come todo en menos tiempo… 

Y sin pan para que entre mejor la ternera saltándose los pimientos como un champiñón. 


Los caros

Todavía no es el momento de la cocina malaya con toques caribeños y ciertas reminiscencias mozárabes, ni la televisión llena de gente vestida de cocineros. Los platos eran aún redondos y las cartas del menú se podían entender a la primera, sin preguntar al camarero.

No había mucha variedad, pero también costaba una pasta ir a comer a estos restaurantes. Normalmente no eran los elegidos para las comidas de navidad, pero la gente con posibles (siempre he querido meter esta frase en algún texto) iba allí a menudo. Este tipo de restaurante se dividía en tres. Mesón, Asador y Marisquería, y todos bastante casposos. 

Allí se iba a comer bien, y mucho. A ponerse como el tenazas (qué me gusta esta expresión) y sobre todo si pagaba otro. Casi siempre era la empresa, o el amigo con pasta. La carta tampoco es que fuera muy amplia, pero la cuestión era comerse un buen chuletón, un cabrito, una buena mariscada o un cervatillo.


Ahora parecen cutres y con camareros con más años que un saco de loros. Solían tener siempre un escudo de armas a la puerta para que se viera que eran de un apellido importante. ¡Para cualquier celebración, mariscada y chuletón! (prometo que este anuncio es de verdad). ¡Los anuncios de la radio ya los hacía el abuelo del padre de Matías Prats…. Padre!

En próximos capítulos veremos cómo llegaron los restaurantes de otros sitios del mundo, la cocina de autor, temáticos… 

Pasito a paso, que sois unos agonías y lo queréis todo junto, como la comida en el Chino. ¡Que aproveche y hasta la semana que viene!

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