Así fue o podría haber sido

Imagen
¿Habéis recibido alguna vez un mensaje de WhatsApp de alguien que no conocéis? ¿Nunca? Un chico me había conocido en una discoteca y quería volver a verme. Le había dicho que me llamaba Susan. Y ahí le tenías, buscando a Susan desesperadamente. Estuve a punto de llamarle y quedar. Pero resulta que nos habíamos visto en un garito de Houston. Claro, ahí teníamos un problema. Típico de Houston. El caso es que, como ya sabéis, yo no me llamo Susan y nunca he estado allí (eso no lo sabíais). Así que tuve que declinar la oferta. En otra ocasión me escribieron para comprarme un reloj. Que yo al mío le tengo mucho cariño, pero es que me ofrecían 10.000 francos suizos. Lástima que no tengo ningún Rolex a la venta. Otros me escriben para cambiarme de compañía. Con lo que me gusta a mí la compañía que tengo. Que no les cambio por nada del mundo. Buena gente, amigos de sus amigos y siempre están ahí. O aquí. Según el momento. Ya me entendéis. Pero esta semana, me pasó una cosa notable. He

Suspiros de España

Para algunos jovenzuelos, el título del post de esta semana les sonará más a un nombre de colonia viejuna o a alguna película de esas en blanco en negro en las que salía Lola Flores, Carmen Sevilla o Paco Martínez Soria (espero que no penséis que estaban todos juntos ¡Qué horror!). 

Pues bien, Suspiros de España es un pasodoble (para seguir con cosas con solera) que simboliza la nostalgia del país perdido y me sirve para contaros la segunda parte del post de la semana pasada en el que os decía que el extranjero ya no es lo que era.  

Os dejo la versión de Suspiros de España por Diego El Cigala. Que guapo guapo no es, pero cantar se le da bien. 

Pero no siempre fue así. Hace unos años, sí que había diferencias y el extranjero estaba lejos (creo que siguen sin haberlo cambiado de sitio), pero todo era distinto. También había españoles por el mundo, madrileños por el mundo, toledanos por Murcia…(y todas las variantes de un mismo programa). Pero no eran tan guays como los de ahora. No todos eran ingenieros, futbolistas, diseñadores web, ilustradores gráficos (gafapastas y futbolistas, para resumir), que estaban forrados de dinero y te enseñaban su casoplón, a sus niños tan rubios y guapos  y tampoco te contaban lo bien que se vivía fuera de España. Los que salían fuera trabajaban en lo que podían. Eran camareros, carpinteros, empleadas del hogar, trabajadores de la construcción (vamos, que ahora también hay de éstos, pero no salen tanto en la tele).

Tampoco me voy a remontar a los tiempos de la postguerra. En la época de las que os voy a hablar ya había cine en color, televisión (con pocos canales), teléfonos móviles (caros y sólo servían para hablar por teléfono y mandar SMS), vídeos (vale, eran Beta, pero había), faxes (¿quién utiliza el fax ahora?) y otros muchos adelantos de la técnica. Aunque había Internet, no estaba tan extendido como ahora. 


Sí amiguitos, hubo un tiempo en el que no había Internet, y la gente hablaba por teléfono e incluso en persona. Y en el extranjero además, había una dificultad añadida. Había que hablar en otro idioma, y ya sabemos la dificultad que tenemos los españoles para expresarnos… incluso en español.  Allá vamos con las diferencias.

El viaje
Es lo que tiene el extranjero, que hay que salir de España para llegar y utilizar un medio de transporte. Casi siempre en avión, ese gran desconocido (ahora hay gente que no sabe lo que es el metro y ya se ha dado unos cuantos viajes en avión). Y lo billetes se compraban en ¡Agencias de viajes!  No podías hacerlo a través de una “güeb”. ¡Tenías que hablar con una persona y casi siempre costaba una pasta el vuelo! No, no había tantas alternativas.

Una vez allí, había que montar en el metro, o en un autobús o en tranvía (¡qué atrasados estaban en el extranjero!). Ahí estabas tú, en Milwaukee, Wisconsin (tengo fijación con este estado) con tu cara de pringado español (que tampoco es que haya cambiado mucho, ahora eres pringado español más mayor) y tenías que preguntar… y claro, ellos respondían. Tu habías estudiado la pregunta y la habías repetido mil veces para decirla con tu mejor acento. Pero claro, en el extranjero tienen la costumbre de contestar (¿no les habrán dicho sus madres que no se contesta?), y no siempre se entiende lo que dicen. Ahora vas hasta con el billete de metro, autobús “u” lo que sea en lo que te vas a montar, de la ciudad que vayas a visitar. Sabes los horarios (que a pesar de ser el extranjero, no siempre se cumplen), y si va a conducir Klaus, el conductor de tranvía o tiene el día libre para estar con Brigitte y los niños.

Ya he llegado
Ahora pones un mensaje de texto al móvil, un “guasap”, les cuentas a tus padres a través de Facebook que estás bien, les llamas por Skype, pones un Tweet, subes una foto en Instagram… ¿pero antes?  Tenías que buscar una cabina (sí, hombre, donde se pone los gayumbos por encima del traje Superman) y llamar. La mejor opción era a cobro divertido (porque siempre paga el otro).  O te aprendías las mañas para llamar más barato… “Si echas 20 peniques con la mano izquierda, muy rápido y haciendo el pino, la llamada dura más…” “introduce una moneda de la República del Congo, pero con un gorro de lana puesto y cuando suene un pitido, dale al botón asterisco y te devuelve…” Nada funcionaba, pero tú lo intentabas.

¿Seguimos hablando?
Como no todo el mundo está dispuesto a aceptar la llamada a cobro revertido, no quedaba otra que comunicarte a través de epístolas (con lo fácil que hubiera sido decir cartas, pero es que me gusta esta palabra). ¡Qué alegría recibir una carta!  Ahora sólo me escribe el banco y El Corte Inglés para felicitarme en mi cumpleaños. Leías, releías, y te aprendías el contenido de la carta como si te fuera a entrar en el examen de física cuántica. Por supuesto, tú también tenías que escribir, y el contenido dependía de a quién fuera dirigido.  A los amigos les contabas lo bien que te lo estabas pasando, si habías pillado cacho, las cervezas que te tomabas y los garitos en los que habías estado. A tus padres les contabas que todo iba bien (sin muchos más detalles), que andabas jodido de pasta y terminabas con la crónica meteorológica (ya sabéis que a los padres les gusta mucho saber el tiempo que hace). En los sobres en los que metías las cartas había que poner la foto de un señor o una señora (que suele ser el que manda en el país o alguien famoso), chuparle el cuello y meterlo en un buzón (sello, dicen que se llama).

¿Qué ha pasado por España?
Ahora da igual dónde estés, gracias a Internet puedes leer todos los periódicos de España (según el que leas, España va bien o no). Antes, las noticias te llegaban a través de las cartas, de las llamadas a tus padres… y poco más.  Había periódicos españoles pero llegaban con varios días de retraso (en las grandes capitales tardaba un día, pero no era plan de hacerme 200 kilómetros para comprar El País). Al menos donde yo estaba no se podía “sintocinar” ninguna radio española. En los periódicos guiris, no había muchas noticias sobre España… ahora tampoco. Eso sí, los resultados de fútbol siempre están presentes. Recuerdo que en la época de la que os habló coincidió la muerte de Lola Flores y a la semana siguiente de Antonio Flores. A la tercera semana, estaba acojonado por saber si la próxima en caer sería Sarandonga o la del gato que hacía Uyuyuyuy.

¿Otra vez un sándwich?
¿Qué es lo que más echa de menos un español por el mundo?  ¿A su madre? ¿A los amigos?  ¡Los cojones! Echan de menos la comida. Mamá, papá, hermana, yo os echaba de menos a vosotros, lo que pasa es que el resto son malas personas. Pero también hubiera matado por un plato de lentejas (de pequeño lloraba cada vez que me las ponían).  No era fácil encontrar comida decente en Inglaterra, ya no digo española, sino algo que se pudiera comer. Ahora todo es distinto, pero en aquella época, cuando llegaba alguien de España y traía jamón, lomo o incluso pipas, era como se nos hubiera tocado la lotería. Recuerdo una vez que los españoles intentamos hacer una paella. Arroz, había. ¿Qué más se echa a la paella? Conejo (allí es como zamparte un chihuahua), pollo (allí los vendían enteros), aceite de oliva (era más barato comprarte un Jaguar con chófer incluido)… Total, que comimos arroz blanco porque no había colorante o lo que se le eche al arroz, en ningún sitio y no era plan de pintar los granos de amarillo. Volví hecho un figurín después de un año comiendo guarrerías.


¿Vamos al cine?
En eso sí que estaban avanzados en el extranjero. Todas las películas en versión original, con un pequeño fallo, no había subtítulos. Las primeras veces que fui al cine, no tenía muy claro si hablaban en checo, en eslovaco, o en las dos cosas juntas. No pillaba ni los títulos de crédito. Volvías a España contando que tú ya habías visto películas que aún no se habían estrenado en España. Digo que las habías visto, porque era eso, las había visto, pero no sabías qué habían dicho. En España estrenaban Rocky y tú ya ibas por Rocky VII (¡chúpate esa mandarina!).

Música y ropa
Se podía comprar música de todo el mundo. La española estaba en la sección étnica y sólo conocían a Julio Iglesias y Plácido Domingo.  Ahora puedes comprarte el último de Bisbal o de la Oreja de Van Gogh… ¡Menudo avance!

En cuestión “roperil” te llamaba la atención lo que se ponía la chavalada británica. Las “jóvenas” salían los sábados por la noche con un camisón (sin canesú) y tacones con los que no saben andar (hay cosas que no han cambiado). Ellos eran más discretos, sin camisa o con camiseta de equipo de fútbol y pantalones bajados (no me refiero a pantalones cagados, estos lo llevaban por el suelo directamente, debido a su condición etílica y su afición por mostrar sus encantos). Otros llegaban más lejos e iban disfrazados de perroflautas (dogflutes les llaman allí), tatuados como la puerta de baño de un instituto… muy elegantes, en definitiva.

¡Vaya precios!
Todo era carísimo en el extranjero. Una cerveza costaba 4 veces más que en Madrid. Ahora son caras en todas partes, algo menos, aquí, pero… Claro que tú cobrabas también en libras... dos horas de trabajo para tomarte una cerveza. No me salían las cuentas y sólo tomabas algo el día “del buitre” (75 peniques, los jueves), y te mezclabas con el ambiente. Claro que tú no te emborrachabas para conseguir pelea, ni pedías 5 cervezas del tirón a las 10 y media para que no te pillara la puta campana que anunciaba el cierre a las 11 de la noche.

También estaba el tabaco. Lo sé, hay que dejarlo, el precio es lo de menos. Allí te sacabas los cigarrillos del bolsillo ya encendidos, para no dar a nadie. No soy  una persona tacaña, pero antes hubieras preferido donar un riñón. Esto ha cambiado… ahora es caro en todas partes.

Como veis el extranjero era distinto antes. Aunque hay cosas que no han cambiado demasiado, o sí, o a lo mejor no tanto.  Bueno, mejor lo dejamos así que parecemos un ministro un viernes cualquiera. 

Comentarios

  1. Lo siento Javier pero esta vez no te comparto. Para mi gusto --y puedo estar equivocada, claro-, donde estén Estrellita Castro y Concha Piquer, con su versión original, El Cigala no tiene nada que hacer. Allá él y sus pelos...
    Y no digamos nada de la canción interpretada por Carmen Maura en "Ay, Carmela" con ese pedazo de polaco de las Brigadas Internacionales escuchándola con cara de arrobo.
    ¡Mira! Eso sí... Me has dado una idea para hoy, Primero de Mayo. Voy a ponerme de nuevo a "Carmela y Paulino, variedades a lo fino". Es un buen día para soltar un rato el moco por el pasado y por el presente.
    Fuerza y honor, bloguero.
    Isabel Blas

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Yo estoy viendo la Vaquilla :-). En cuanto a Ay Carmela, tengo pendiente volver a verla.

      Yo también prefiero a Concha Piquer, pero el vídeo que encontré era larguísimo.

      Besos

      Eliminar

Publicar un comentario

¡Gracias por leer el blog y dejarme un comentario!

Entradas populares de este blog

10 ejemplos de críticas de cine si no las escribiera un crítico de cine.

En el nombre del Padre…

Así fue o podría haber sido